Dr. Jorge Malena. Nuevos desafíos en la Relación entre China y los Estados Unidos.
Les compartimos las palabras del Dr Jorge Malena durante la presentación del libro «América Latina y el Caribe frente a un Nuevo Orden Mundial: Poder, globalización y respuestas regionales», en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), el día 10 de octubre de 2018.
«Ante la afectación de la preeminencia estadounidense en el Asia Pacífico fruto principalmente del crecimiento económico y fortalecimiento político de la República Popular China, Washington tiene ante sí el dilema de acomodarse a la nueva situación (y coexistir con Beijing) o confrontar con su competidor.
Todo el actual proceso de guerra comercial del cual somos testigos, dió por tierra el proceso iniciado en febrero del año 2012, cuando el entonces vicepresidente de China Xi Jinping convocó a Washington a construir “un nuevo tipo de relación entre países grandes”. Este gesto de buena voluntad tuvo como respuesta de parte de Hillary Clinton (en aquel momento Secretaria de Estado de EE.UU.,) la afirmación de que “los dos países deben crear un marco para construir confianza a lo largo del tiempo”, dado que “no hay contradicción entre apoyar el surgimiento de China y promover los intereses de EE.UU.”
Cabe recordar que EE.UU. y China son aún los dos principales motores del crecimiento económico mundial, lo cual se complementa con la sostenida interdependencia existente entre ambas economías. A pesar de la existencia de un enorme déficit comercial del lado de EE.UU., las exportaciones de EE.UU. con destino a China en el último lustro crecieron más rápido que sus importaciones desde China, a lo que se suma que las inversiones chinas en EE.UU. se incrementaron más rápido que las de EE.UU. en China.
La materialización de su slogan de campaña “Make America Great Again” no puede soslayar que China es el mayor mercado del mundo y que sin China difícilmente EE.UU. volverá a ser grande. ¿Cómo puede comprenderse entonces esta degradación de los lazos sino-estadounidenses? Recordemos que el año 2008 marcó la transición del sistema internacional de la post-Guerra Fría hacia un orden centrado en Asia (metafóricamente “pasaje de un orden internacional Westfaliano a otro Estfaliano”).
Si bien sería prematuro afirmar que EE.UU. se encuentra en camino a su declinación y que China está próxima a superarlo, la historia nos enseña que las modificaciones en la distribución del poder global -si se producen por la vía pacífica- son relativas. Asimismo, aunque EE.UU. ya no ostente la preeminencia de la Guerra Fría, no debemos menospreciar el poderío político, económico, científico-técnico y militar que aún posee.
China ha sido históricamente un importante actor de la comunidad de Estados (por su extenso territorio, su enorme población y sus ricos recursos naturales), pero a partir de 1978 -cuando las reformas económicas lanzadas por Deng Xiaoping la ubicaron en un camino que transformó rápidamente su potencial latente en poder real- ha alcanzado un protagonismo inusitado, no sólo en Asia sino también en el mundo.
El crecimiento del PBI chino en 300% en poco más de veinte años, ha llevado incluso a predecir que, de lograrse índices anuales de crecimiento de un 7% en la próxima década, la economía de la República Popular podría superar a la de los EE.UU.
Este proceso de auto-extensión de China es significativo porque implica la transformación interna y hacia el exterior de una de las más antiguas civilizaciones del planeta y porque -de resultar exitosa- podría traer aparejada una alteración profunda en la distribución del poder mundial.
Uno de los primeros interrogantes a plantear a la hora de evaluar su China tiene la estatura de superpotencia, es si contribuye a proveer los bienes públicos globales. Sobre este particular, el análisis del discurso del presidente Xi Jinping en Davos a mediados de enero de enero de 2017 y las iniciativas en el marco del mega-proyecto llamado “la Nueva Ruta de la Seda terrestre y marítima”, nos brindan pistas sobre el pensamiento y la acción de la República Popular en la materia.
Cuando Xi Jinping efectuó en Davos una defensa elocuente de globalización, no rechazó el ordenamiento internacional vigente, sino que presentó la contribución que puede hacer China, lo cual fue una admisión implícita de que no hay una alternativa real al orden que todos conocemos. Después de todo, China ha sido uno de los principales beneficiados de la globalización y del orden de la post-Guerra Fría liderado por EE.UU. Por ello, la RPCh sería uno de los actores que más perdería si ese orden colapsa o el mundo se vuelve proteccionista. Y lo que está en juego aquí es crucial para China, debido a que la legitimidad del Partido Comunista depende del crecimiento económico, y dicho crecimiento depende de que el comercio mundial permanezca abierto.
China no puede reemplazar a EE.UU. como el líder del orden mundial actual por la simple razón de que para liderar un sistema abierto, el país debe estar abierto. Si bien la iniciativa “Nueva Ruta de la Seda” es de largo alcance y muy ambiciosa, no podemos definirla como sustituto del orden actual, dado que se apoya en los cimientos del orden vigente.
Hay voces como la de Eliot Cohen y Dennis Ross (discípulos del afamado estratega Andrew Marshall), que afirman que China no posee la suficiente capacidad para poner en peligro la hegemonía de los EE.UU., debido a su desarrollo desequilibrado, su lentitud en concretar reformas sociales y políticas, su dependencia en las exportaciones, su insuficiencia energética y alimenticia, y su imposibilidad de dominar los océanos.
Washington podría avanzar hacia la concepción de una relación con China que no sea un juego de suma cero, en la cual el beneficio que obtiene un actor redunda en una pérdida para el otro actor. EE.UU. podría “acomodarse” ante la consolidación de la posición regional de China, aprovechando la incorporación de la República Popular al sistema de las Naciones Unidas y su no rechazo al sistema económico internacional. China, por su parte, podría dejar atrás toda tentación “revisionista” del orden regional, a cambio de acceder a mayores beneficios dentro del sistema.
De ese modo, sería posible cristalizar otra aguda definición de la ex Secretaria de Estado Hillary Clinton: “nuestras dos naciones tratan de hacer algo que nunca fue hecho en la historia: escribir una nueva respuesta a la pregunta sobre qué sucede cuando se encuentran una potencia establecida y una potencia en ascenso”».