Emilio Menéndez del Valle – 17/05/2011 – Siria y la responsabilidad de proteger
La adopción el pasado marzo por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de su resolución 1973 perseguía poner coto a las atrocidades perpetradas por el régimen de Gadafi contra su propio pueblo. Significó la aplicación práctica del principio de la «responsabilidad de proteger», propiciado desde finales de los años noventa por la Asamblea General y por dos secretarios generales de la Organización, el actual Ban ki Moon y su predecesor, Kofi Annan.
El impulso onusiano lo inició Annan en 1998, empeñado en calificar la protección de los civiles como «imperativo humanitario». Eran los años inmediatamente posteriores a aquellos en que 800.000 ruandeses fueron masacrados en apenas 100 días y en que 5.000.000 de personas perdieron la vida en el Congo, Burundi, Sudán y África Occidental. Y también aquellos en que la disolución de Yugoslavia causó casi 300.000 muertos y generó un nuevo y siniestro concepto:limpieza étnica.
Ante un panorama tal, no es de extrañar que el secretario general y su equipo -escépticos sobre los buenos deseos institucionales de la Carta de San Francisco- se movilizaran para procurar evitar que las guerras y los conflictos de índole diversa continúen infligiendo a la humanidad sufrimientos indecibles. De ahí que en 2000, Annan proclamara que «si la intervención humanitaria es, en efecto, un inaceptable asalto a la soberanía, ¿cómo debemos responder a Ruanda, a Srebrenica, a las graves y sistemáticas violaciones de los derechos humanos que ofenden a nuestra común humanidad?».
La doctrina de la responsabilidad de proteger fue asumida por la Asamblea General y, lo que es más importante, por el Consejo de Seguridad en su Resolución 1674 (2006). Todo ello ha hecho posible la intervención en Libia. Ahora bien, ¿por qué Libia sí y Siria no? ¿Acaso había masacres en Libia y no las hay en Siria? Al contrario. La agresión cruel, despiadada e indiscriminada contra civiles sirios (que ni siquiera disponen de armas, a diferencia de los rebeldes libios) ha alcanzado ya en Siria niveles superiores a los de Libia. Reinan el terror y la crueldad. ¿Acaso no hay razón para invocar y poner en práctica la responsabilidad de proteger, como en Libia?
El cinismo del Gobierno sirio es insultante. Su embajador en la ONU dice que «las autoridades han demostrado máxima contención» y que la violencia, agitada por «fuerzas extranjeras», está causada por «grupos extremistas que quieren derribar al Gobierno». Estos días se acusa a Occidente de doble moral, de doble rasero: sí en Libia, no en Siria.
Da la impresión de que Europa y Estados Unidos recelan de una Siria sin la familia Asad. Que Israel prefiere a esta -con la que mantiene desde hace décadas una relación de útil enemistad contenida- a un impreciso futuro. No obstante, el fracaso de la reunión sobre Siria del Consejo de Seguridad (29-04-2011) no se debió a «Occidente» sino a «Oriente». En concreto, a China y Rusia, pero sobre todo a esta última, aliada estratégica de Siria. Empero, hay que destacar que ambas estuvieron arropadas, entre otros, por Brasil o Líbano, quienes esgrimieron el argumento de la necesaria estabilidad de la zona.
La Resolución 1296 (2000) del Consejo de Seguridad estableció que «la deliberada selección de poblaciones civiles como objetivo y la comisión de violaciones sistemáticas y flagrantes del derecho internacional humanitario (…) pueden constituir una amenaza a la paz y la seguridad internacionales». Pues bien, en la reunión del Consejo del 29 de abril, el embajador ruso argumentó que «la actual situación en Siria, a pesar del aumento de la tensión, no representa una amenaza para la paz y seguridad internacionales. La verdadera amenaza para la seguridad regional podría producirse como consecuencia de una injerencia externa en Siria».
La reafirmación de la responsabilidad de proteger que ha supuesto la resolución 1973 no debe ser socavada por la inacción del Consejo a propósito de Siria. El papel de la Liga Árabe fue clave para lograr el consenso en el caso libio. Europa y Estados Unidos deben convencer a los dirigentes árabes de que la complicidad o el silencio con un régimen que actúa como lo hace el de Damasco acabará perjudicándoles a ellos. No es necesario ser una democracia para desmarcarse de la masacre que está cometiendo la familia Asad. Una actuación decidida de los Estados árabes obligaría a Rusia y China a reconsiderar su actual postura.
No cabe duda de que tanto la defensa de la humanidad como la de la soberanía son principios rectores de las Naciones Unidas y que la dificultad estriba en cómo discernir cuál de ellos debe prevalecer cuando colisionan entre sí. En cualquier caso, los Estados que están impidiendo la actuación del Consejo de Seguridad en Siria -en especial Rusia- deben explicar por qué los sirios -a diferencia de los libios- no merecen ser protegidos por el Consejo. Asimismo, aquellos que alegan el temor a la inestabilidad como causa para la inacción deben convencerse de que la estabilidad será genuina cuando las vidas y haciendas de los ciudadanos sirios estén garantizadas y los responsables de las matanzas sean llevados ante el Tribunal Penal Internacional.