Andrés Serbin – La Cumbre de UNASUR: ¿Todo lo sólido se desvanece en el aire?
La reciente Cumbre de UNASUR iniciada en Paramaribo el 30 de agosto de 2013, abre serias interrogantes sobre su futuro. Más allá del homenaje al fallecido presidente Chávez como uno de sus promotores, la Cumbre demostró que el esquema regional atraviesa por una serie de problemas. Muchos de ellos responden a las mismas características de esta expresión del nuevo regionalismo sudamericano – post-liberal y post-hegemónico, de marcada vocación política y predominantemente intergubernamental, que en la última década se extendió a toda la región.
En primer lugar, la Cumbre puso en evidencia cómo la ausencia de una estructura institucional consolidada, hace que el organismo dependa de la voluntad política y del empeño de los gobiernos de la región y, en particular, de los liderazgos personales. El deceso de Chávez y la salida de escena de Lula da Silva, han creado un vacío sin que emerjan nuevos liderazgos que los sustituyan y le den el empuje necesario. Tanto el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, como el de Dilma Rousseff en Brasil se encuentran concentrados en sus propios problemas domésticos. El agotamiento de la “diplomacia petrolera” de la Venezuela bolivariana se combina, en este marco, con una creciente reticencia de Brasil de asumir los costos del liderazgo regional. La dificultad de designar a un nuevo Secretario General, más allá de potenciales postulaciones anunciadas desde Bolivia y Perú, en reemplazo del saliente Alí Rodriguez, ha sido una prueba patente de esta situación. Y la ausencia de un tercio de los mandatarios de los países miembros – Cristina Kirchner de Argentina, José Mujica de Uruguay, Juan Manuel Santos de Colombia y Sebastián Piñera de Chile, no sólo diluyó la relevancia política asignada al evento, sino que también mostró una crecientemente limitada capacidad de convocatoria de sus organizadores.
En segundo lugar, la plena re-incorporación de Paraguay al organismo, con la asistencia del recientemente electo presidente Horacio Cartés, que debería marcar una revigorización y reactivación de UNASUR, fue opacada por las tensiones entre Brasil y Bolivia, luego del incidente por la salida de este país del senador opositor refugiado en la embajada brasileña de La Paz (que provocó la renuncia de Antonio Patriota, el Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil); las dificultades para el re-establecimiento de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Paraguay después de la crisis desencadenada por la destitución del presidente Lugo, y, last but not least, la detención en Panamá por el Departamento de Justicia de los EEUU, el mismo día del inicio de la Cumbre, del hijo del anfitrión de la misma – el Presidente Bouterse de Surinam, bajo la acusación de tráfico de armas y de drogas.
En este marco, la transmisión de la presidencia pro témpore del organismo, de Perú a Surinam, pese a los vínculos de este país con Brasil, no abre particulares expectativas no sólo sobre la capacidad de convocatoria y de construcción de consensos de una organización carente de una estructura formal eficiente y de una secretaría general renovada y proactiva, sino también sobre la transparencia y las características de su nuevo liderazgo, en tanto el propio Desi Bouterse, si bien electo democráticamente, fue condenado en Holanda, en 1999, en ausencia, por narcotráfico, cuando aún cargaba con la rémora del fusilamiento de 15 opositores luego de su ascenso al poder a raíz del llamado “golpe de los sargentos” en 1980, reiterado una década después. Electo en 2010, Bouterse logró que el Parlamento surinamés aprobara, en 2012 su inmunidad en relación a estos cargos.
De hecho, en relación a la transparencia y a la información, poco se ha hablado de estos antecedentes en la región y poco se ha oído en esta Cumbre de la necesidad de incorporar a la ciudadanía al proceso de construcción del regionalismo sudamericano, o de la creación del oficialmente anunciado, en noviembre de 2012, Foro de Participación Ciudadana.
Sin embargo, posiblemente la mayor interrogante que se abre con esta Cumbre opaca y deslucida, es sobre la capacidad de UNASUR de sortear, pese a sus debilidades, las turbulencias de una nueva dinámica hemisférica, dónde el ALBA comienza a perder fuerza, la CELAC transita un camino impredecible y la Alianza del Pacífico retoma la integración económica sobre la base de la liberalización comercial como bandera, con la activa participación de algunos de los presidentes ausentes en la Cumbre, luego de que la iniciativa del ALCA parecía definitivamente enterrada con la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005. Sin mencionar en este panorama, la eventual reactivación de la influencia y de la presencia estadounidense en la región si la crisis de Siria no logra mantener su atención ajena a América Latina.
En este marco, si bien la CELAC se ha amparado en el mantra de la “unidad en la diversidad” y el pluralismo, las fisuras y las debilidades que comienza a mostrar la UNASUR pueden ser el preludio de una crisis del “nuevo regionalismo” y de una mayor fragmentación de América Latina y el Caribe en su totalidad y no sólo de Sudamérica, mientras el déficit democrático que ha caracterizado a estas organizaciones sigue presente, más allá de las narrativas y de las retóricas vigentes.
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