Sergio Bitar y Jorge Heine – Chile y el Acuerdo Trans-Pacífico
El Acuerdo Trans-Pacífico (TPP), en plena negociación, ha generado dudas en nuestro país, las que deben ser aclaradas para determinar los pasos a seguir por el próximo gobierno. Dicho acuerdo es hoy el proyecto de liberalización comercial más ambicioso en el mundo, e incluye a doce países (Australia, Brunei, Canadá, Chile, EE.UU., Malasia, México, Nueva Zelandia, Perú, Japón, Singapur y Vietnam). Tras el estancamiento de la Ronda de Doha de la OMC en 2008, es la principal plataforma para impulsar el comercio internacional. Es descrito como un acuerdo “de última generación” y “del siglo XXI”.
Chile no solo es miembro y, por tanto, parte de las negociaciones en curso, sino también lo fue del grupo que le dio origen, el P4 —vigente desde 2006—, cuando nuestro país, junto a Nueva Zelandia, Singapur y, luego, Brunei, dio el puntapié inicial a los esfuerzos por liberalizar el comercio a través del Pacífico en el marco de la APEC. Los resultados de nuestra política de apertura al Asia y la firma de acuerdos comerciales con países de ese continente han sido positivos, y saltan a la vista. En 2012, Chile exportó 15.856 millones de dólares a los países del TPP (de un total de US$ 78.813 millones) e importó 24.647 millones. Nuestro comercio con estos países ha crecido a un 16% anual desde el 2003. Asia ha sido clave, y en el primer trimestre de 2013, el 43% de nuestras exportaciones fueron a esa región.
Para una economía como la chilena, la conquista de nuevos mercados y la ampliación de los actuales es un imperativo. Chile, que ha multiplicado por nueve el valor de sus exportaciones desde 1990 a esta parte, ha tenido éxito en su estrategia de comercio internacional firmando tratados con 60 naciones. Nuestro país es considerado uno de los que mejor han enfrentado los desafíos de la globalización.
En la nueva etapa que comenzamos, el TPP podría constituir un impulso, pero también un obstáculo. No podemos subestimar su alcance, que trasciende la mera liberalización del comercio de bienes. Con él, se pretende ampliar acuerdos en regulaciones que podrían facilitar el comercio y la inversión, pero también podrían limitar las políticas públicas de los países miembros en áreas tan sensibles, como propiedad intelectual, normativa financiera, compras gubernamentales y operación de empresas públicas, entre otras.
El TPP cuenta con un elemento de neutralidad, igual para todos, pero tiene otros objetivos estratégicos para los EE.UU., que busca equilibrar la influencia china en Asia y a nivel global. Es cierto que la ampliación de mercado no es el único beneficio del TPP. Es un proyecto que fijará la futura agenda de liberalización comercial de la economía mundial. Sin embargo, ello es un activo incierto.
Chile tiene que esclarecer bien qué gana con el TPP, pues es el único país que ya tiene TLC con todos sus miembros, por lo cual nuestra incorporación podría no acarrear ampliación de nuestras exportaciones, y, en cambio, mal negociado, podría implicar concesiones en materias que Chile ya negoció en buena forma —como propiedad intelectual— con los EE.UU. en el 2003.
Si conllevara concesiones que restringieran la autonomía para decidir políticas públicas en defensa de nuestros productores, exportadores y consumidores, o implicara ceder una parte de la discrecionalidad del Ejecutivo y del Poder Legislativo, los costos serían mayores que los beneficios. Aclarar estas dudas es esencial para dar continuidad a una política de Estado. Hasta ahora, la información entregada por este gobierno es parcial e insuficiente.
Chile debe coordinarse con los países miembros de la Alianza del Pacífico, así como con los otros miembros del TPP, para defender y promover puntos de interés común. Pero debe ir más lejos y participar en otras organizaciones comerciales de la región asiática, solicitar la calidad de observadores en ASEAN y monitorear de cerca el acuerdo asiático que promueve China, el llamado Regional Comprehensive Economic Partnership, RCEP.
Además, Chile debe profundizar los acuerdos ya firmados y negociar algunos nuevos; con Indonesia, por ejemplo. Todo ello debe apuntar a un objetivo estratégico: potenciar la posición de Chile como país plataforma en esta nueva etapa de intensificación de las relaciones transpacíficas.
Nota publicada originalmente en El Mercurio: http://www.elmercurio.com/blogs/2013/11/26/17291/Chile-y-el-Acuerdo-TransPacifico.aspx