Entrevista al Dr. Serbin (Presidente de CRIES) sobre regionalismo en América Latina
Por qué los gobiernos latinoamericanos aman las cumbres internacionales
Por: Darío Mizrahi dmizrahi@infobae.com
Celac, Aladi, OEA, CAF, SELA, son algunos de los más de 40 organismos que agrupan a muchos de los países de la región. Las causas de esa pasión por los encuentros.
Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), Corporación Andina de Fomento (CAF), Organización de Estados Americanos (OEA), Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA), son algunas de las organizaciones que nuclean a todos o a gran parte de los países de América Latina.
A ellos se suma la infinidad de organismos que agrupan a las subregiones, como Unasur,Mercosur, Alianza del Pacífico y la Organización de Estados Centroamericanos.
Algunos datan de mediados del siglo XX, pero otros son muy recientes y muestran el creciente interés de los gobiernos de la región por las alianzas y las cumbres internacionales, que se volvieron cada vez más frecuentes.
¿A qué se debe esta repentina pasión? ¿Cumplen alguna función real todas estas instituciones supranacionales o sólo sirven para que presidentes y embajadores viajen, se tomen fotos y firmen declaraciones simbólicas?
El auge de la integración latinoamericana
«Hay una gran abundancia de retórica, y a muchos de los acuerdos que se firman en las distintas cumbres no necesariamente se les da el seguimiento adecuado. Entre otras cosas, porque que hay un énfasis muy marcado en el rol de los presidentes, más que en delegar en los estratos inferiores de la administración. Un alto presidencialismo y una débil institucionalidad dificultan establecer normas supranacionales», explica a Infobae el politólogo Andrés Serbin, presidente ejecutivo de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES).
«Pero hay logros significativos -continúa. Es importante tener en cuenta que la Unasur ha intervenido en crisis domésticas como las de Bolivia y Ecuador, y en tensiones que estaban a punto de llegar a un conflicto mayor, como entre Venezuela y Colombia. Si bien hay una lista de grandes éxitos en la prevención de conflictos, la última intervención no prosperó, cuando con reticencia trató de generar un diálogo entre el gobierno y la oposición en Venezuela. Pero el saldo en general es altamente positivo».
Estas experiencias marcan una nueva etapa de las relaciones regionales. Se rompió con el esquema que había estado vigente durante la segunda mitad del siglo XX, marcado por la Guerra Fría. Y con el que se impuso durante los años 90, a partir del Consenso de Washington.
«Estamos en una nueva fase de regionalismo en América Latina, que responde a situaciones específicas. Una razón es el progresivo desentendimiento de Estados Unidos sobre los asuntos de la región, después de la Guerra Fría y del 11 de septiembre, lo que le ha dado más autonomía a los países latinoamericanos. En segundo lugar, el surgimiento de gobiernos de izquierda y centroizquierda que han criticado su rol y han formado una serie de nuevos organismo regionales», dice Serbin.
«Algunos están muy marcados por la ideología, como el ALBA, otros mantienen un carácter institucional, como la Unasur y la Celac. Pero todos excluyen a Estados Unidos. La excepción es la OEA, el organismo histórico en el que se encontraban los países de la región, que está bastante debilitado», agrega.
No se puede separar el auge de estos nuevos organismos de la asunción, a partir de los 2000, de una serie de gobiernos que, alentados por un crecimiento económico sin presidentes, alcanzaron un poder inimaginable para sus predecesores, y buscaron consolidar y expandir su influencia en las relaciones internacionales.
Serbin describe a partir de tres retornos la impronta que le dieron a los nuevos organismos regionales. «El primero es el retorno del estado, a diferencia de lo que pasaba en la etapa previa neoliberal, lo que implicó que gran parte de esos organismos tengan un alto involucramiento de los respectivos ejecutivos, específicamente de los presidentes. El segundo es el retorno de la política, ya que estas organizaciones tratan más de concertación política que de concertación económica. En tercer lugar, un retorno a la agenda social como algo muy importante».
Este último punto es quizás el rasgo distintivo de esta nueva institucionalidad latinoamericana: está marcada por discusiones y asociaciones más políticas que económicas. Eso explica, al menos en parte, que sus consecuencias sobre la realidad de los países hayan sido más simbólicas que prácticas, con la excepción de las intervenciones en las crisis mencionadas.
Incluso hay ejemplos de organismos preexistentes a esta nueva ola de integración,cuyo objetivo era la cooperación económica, y que en esta nueva etapa se han debilitado en lugar de fortalecerse. Es el caso del Mercosur, que nuclea a Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay y, más recientemente, Venezuela, y que en los últimos años ha quedado cerca de la parálisis por el celo proteccionista e intervencionista de algunos de sus miembros. Esto se condice con la consolidación de gobiernos que acumularon mucho poder y que no quieren recibir condicionamientos externos a sus políticas.
La única excepción en este nuevo universo de asociaciones regionales es la Alianza del Pacífico. Fue lanzada en 2011 y agrupa a Chile, Colombia, México y Perú con el objetivo definido de profundizar la integración económica. A diferencia de los otros organismos, ha dado importantes resultados en términos económicos.
Esa dificultad por transformar cabalmente las relaciones entre los países pone puntos suspensivos a la posibilidad de que estas nuevas formas de asociación regional continúen en el tiempo.
«Creo que la prueba de fuego van a ser las elecciones en Brasil. Hay que ver qué sucede si no es reelecta Dilma Rousseff, porque la postura de algunos partidos de oposición es contraria seguir avanzando en la integración, lo que podría cambiar drásticamente el panorama», dice Serbin.
«Las coyunturas domésticas son decisivas para garantizar la continuidad de estas asociaciones, que requieren de un desarrollo institucional que no se está dando, y que implica ceder algún grado de soberanía. La gran pregunta es qué países están dispuestos a ceder soberanía para establecer normas supranacionales que realmente comprometan a todos los miembros de la asociación», agrega.
Un nuevo paradigma en las relaciones internacionales
América Latina no es una excepción en el sistema global. Los cambios que se vienen manifestando en sus relaciones externas no son ajenos a los que está atravesando la mayoría de los países del mundo.
Susanne Gratius es doctora en ciencia política e investigadora senior en la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), con sede en Madrid. Consultada porInfobae, cuenta que en las últimas décadas han surgido nuevos foros y sistemas de cumbres, como los BRICS, cuya principal función ha sido sustituir las deficiencias de las organizaciones internacionales tradicionales al estilo ONU, que en muchos casos están paralizadas y no pueden dar respuestas adecuadas.
«Hubo una redistribución del poder internacional hacia los BRICS y hacia países más pequeños, que están creando nuevas iniciativas, foros y debates. Ante el declive de Estados Unidos, de la Unión Europea y de organizaciones económicas y financieras como el Banco Mundial (BM) y el FMI, que ya no pueden asumir el papel que tenían en los 80 y 90, regiones como América Latina son hoy más proactivas en el sistema internacional«, dice Gratius.
«Estamos en la necesidad de crear nuevos mecanismos, como el banco de los BRICS, que podría llegar a ser más importante que el BM. Ese reequilibrio económico se manifiesta también dentro de las organizaciones internacionales. Países como China y Corea han asumido el liderazgo en muchas de ellas», agrega.
Un rasgo distintivo de las nuevas formas de cooperación entre países es que ya no se plasma en grandes instituciones repletas de reglas y burocracias transnacionales. En un mundo cada vez más complejo y diversificado, con el cambio como único patrón, se trata de organizaciones más informales, que agrupan a menos países, y en alianzas estratégicas puntuales. El caso de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica con los BRICS es el mejor ejemplo.
«Estamos en otro momento -dice Gratius. Están perdiendo lugar los grandes organismos, con sus tratados y convenciones, como el derecho internacional público, que en su mayor parte no es jurídicamente vinculante. Es muy difícil sostener instituciones que no tienen dientes, que no pueden aplicar sanciones ni imponer sus reglas. Vamos hacia un multilateralismo menos institucionalizado«.
«Deberíamos dejar de pedir grandes instituciones supranacionales que funcionan de forma limitada.Vamos hacia formatos más pequeños, acuerdos bilaterales y minilaterales, en un contexto en el que las organizaciones regionales tienen una función muy importante en resolver controversias y conflictos», concluye Gratius.