Fabián Bosoer – Lo que Obama le viene a ofrecer a Macri
Publicado en El estadista n°138, marzo 17
La idea de que la Argentina “ha regresado al mundo” luego de una larga década de aislamiento es el principal escollo que encuentra el propósito de mejorar la inserción internacional de nuestro país. Confirma, por lo pronto, una de las constantes más comúnmente señaladas de la política exterior argentina: su erraticidad, que lleva a recurrentes vuelcos pendulares y cíclicas fluctuaciones, por lo general sobreactuadas. Pasamos así del nacionalismo anti-imperialista a las “relaciones carnales” con los EE.UU.; de la guerra contra Gran Bretaña a las “estrategias de seducción”; de la vocación latinoamericanista al olvido o desdén por nuestros vecinos; del sobre-endeudamiento al repudio del crédito externo; de observar a “los mercados emergentes” como oportunidad benefactora a verlos como amenaza; y lo mismo para las relaciones con China, Rusia o Irán.
Este comportamiento internacional encuentra en las relaciones con los EE.UU. –signadas por esos ciclos de enamoramiento y desengaño, aprehensión y desconfianza- su variable más significativa. Está claro que el gobierno de Mauricio Macri pudo mostrar inicialmente ventajas comparativas en materia de política exterior con un simple cambio de imagen y estilos. Retomar vínculos normales con las principales capitales y gobiernos del mundo, dejar de pelearse o dar cátedra en los foros internacionales, acordar una diplomacia presidencial amigable, fue suficiente para este envión inicial que cosechó logros en los encuentros con sus pares de la región, el viaje a Davos, la presencia de Matteo Renzi y Francois Hollande en Buenos Aires y la conclusión de un acuerdo con los Fondos Buitre. Incluso el decepcionante encuentro con el Papa Francisco en el Vaticano mostró a un presidente con iniciativa, que pondera una visibilidad internacional más temperada, guiada por la sensatez y la moderación.
El viaje de Obama a la Argentina, este 22 de marzo, tiene una importancia adicional, no solo por lo que significa para las relaciones argentino-estadounidenses que venían de un virtual congelamiento, sino por cómo incidirá en el rumbo general de la política exterior argentina y repercutirá en la política doméstica. Es el sexto presidente estadounidense en visitar oficialmente la Argentina, desde que Franklin D. Roosevelt lo hiciera, a fines de 1936, en el marco de la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz celebrada en Buenos Aires. Era un mundo amenazado por el avance del fascismo, en el que EE.UU. proponía a América Latina formar un bloque que actuara en conjunto frente a las amenazas extra-continentales.
En 1960, ya en plena Guerra Fría, Dwight Eisenhower visitó al presidente Arturo Frondizi en el marco de una gira latinoamericana con la que Washington buscaba alinear a la región frente al cimbronazo de la Revolución cubana. Frondizi había buscado desde el comienzo de su mandato un vínculo cercano, motivado por la necesidad de obtener créditos para financiar su programa económico y respaldo a la estabilidad democrática. Eisenhower prometió ocuparse pero lo que hubo fue mayor cooperación militar con quienes terminaron derrocando al presidente argentino. Un cuarto de siglo más tarde, Raúl Alfonsín se encontrará con otro presidente republicano, Ronald Reagan, en la Casa Blanca y sostendrán en público sus diferencias sobre la democracia, sus amenazas y desafíos en América latina.
Al comenzar los años ’90, se produce el mayor acercamiento entre Argentina y EE.UU., en circunstancias particulares para nuestro país. George H. W. Bush llegó en diciembre de 1990, recibido por el presidente Carlos Menem horas después de que fuera sofocado el último levantamiento carapintada. Se prodigaron elogios mutuos y como muestra del acercamiento, Menem envió dos naves a la Guerra del Golfo Pérsico y sumó al país como “aliado extra-OTAN”. También fue Menem quien, en octubre de 1997, recibió a Bill Clinton en lo que el mandatario norteamericano calificó como “el mejor momento histórico de las relaciones Argentina-Estados Unidos”. Unos años antes, en diciembre del ’94, se había lanzado el ALCA (Alianza de Libre Comercio de las Américas) en la Primera Cumbre de las Américas celebrada en Miami y el gobierno argentino acompañaba la iniciativa. Ocho años después, en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata en noviembre de 2005, el péndulo se mueve en la otra dirección. Néstor Kirchner será el anfitrión de una Conferencia caracterizada por un giro en la política exterior argentina y sudamericana. Fue en ese marco que se produce el más áspero intercambio con un presidente norteamericano, George W. Bush. Los cuatro miembros del Mercosur y Venezuela bloquearon el ALCA, llevando el proyecto al fracaso.
El encuentro de Obama con Macri en Buenos Aires se presenta como una nueva vuelta de página y trae evocaciones históricas, con parecidos y diferencias. Con el lejano recuerdo de las afinidades entre Frondizi y Kennedy, habrá más semejanzas con los años ‘90 que con los ’80 y la primera década de este siglo. Obama termina de cerrar un capítulo de la política del siglo veinte con la normalización de las relaciones con Cuba y el fin de un último resabio de la Guerra Fría. Desactiva así una de las cuestiones que más marcaron la agenda conflictiva entre EE.UU. y América latina. Será también la oportunidad para superar antiguos esquemas binarios y ciclos pendulares entre alineamiento y confrontación, retóricas “occidentalistas” o antimperialistas que siguen vigentes, aunque huelan a naftalina. Y retomar la línea de la autonomía, en la búsqueda de una relación madura y equilibrada con Washington. Con una singularidad: ahora, el populismo –ese fantasma que tanto preocupaba al Norte como un atavismo del Sur de las Américas- amenaza a Washington desde la Norteamérica profunda.