José Antonio Sanahuja – Obama y América Latina: reverberaciones en Europa
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense
Miembro del Comité Académico de honor de de CRIES
El viaje del Presidente Obama a Cuba y Argentina en marzo de 2016 confirma el giro estratégico de Estados Unidos hacia América Latina, una región que ese país ha descuidado desde el final de la guerra fría. Fuera a causa el repliegue estratégico del periodo Clinton, o debido a la prioridad otorgada a la Guerra Global contra el Terror de Bush hijo, el fracaso del ALCA, que deja a Washington con muy poco que ofrecer a la región, o los imperativos de la crisis financiera en la etapa Obama, la región ha ocupado un lugar poco relevante en la política exterior estadounidense durante más de dos décadas. Empero, ese Estados Unidos lejano en sus preocupaciones estratégicas, renuente a implicarse en los asuntos regionales, y menos aceptado por una Latinoamérica con liderazgos en ascenso y una mayor voluntad para ampliar su autonomía, ha seguido siendo el gorila en la habitación: sus acuerdos de libre comercio han determinado en gran medida los alineamientos regionales en esa materia —Alianza del Pacífico vs. Mercosur ampliado, TPP…—, o política de drogas. Cierto es que esa influencia es menor, como parece reconocer la autocontención que ha caracterizado al periodo Obama; y que la emergencia de China como socio regional, en particular en materia económica, define un patrón de inserción internacional en el que la mejora de relaciones con Estados Unidos tiene menos atractivo que en el pasado. Si se atiende a esos hechos, y a las repercusiones de este viaje, la afirmación de que estamos en un mundo “poshegemónico” —sea en su definición realista tradicional, como fin de un mundo unipolar, o en la lectura postmarxista, como “crisis orgánica” del neoliberalismo transnacional—, se podría decir respecto a ese retorno de Estados unidos a la región, como Mark Twain en 1897, que “la información sobre mi muerte ha sido exagerada”.
En las relaciones entre la Unión Europea y América Latina, Estados Unidos ha sido también un actor clave, aunque haya estado ausente —las especulaciones sobre un “triángulo atlántico” son sólo eso: un pasatiempo para académicos— y ambas partes hayan evitado mencionarlo. La “gran estrategia” lanzada por la UE a mediados de los noventa, que pretendía vincular Latinoamérica y Europa mediante una “red” de acuerdos de Libre Comercio, era una respuesta estratégica al ALCA, y veinte años después, la UE sólo tiene acuerdos de asociación con los países que previa o simultáneamente han firmado TLC con Estados Unidos, para evitar que éstos erosiones su posición competitiva y generen efectos no deseados de desviación de comercio y de inversión, y sitúen a las empresas europeas en un marco menos garantista en cuanto a disputas comerciales y seguridad jurídica. Las razones que han impedido un Acuerdo UE-Mercosur —pieza clave de esa estrategia, aún pendiente— son básicamente las mismas que llevaron a los países de ese bloque subregional a rechazar el ALCA en Mar del Plata en 2005, y con otros países en desarrollo, a negarse a aceptar una propuesta desequilibrada en las negociaciones de la OMC en Cancún en 2003, con el argumento de que “es mejor que no haya acuerdo, a aceptar un mal acuerdo”. Aunque el factor ideológico tenga cierta influencia, hay que recordar que esas diferencias tenían mucho más de cálculo racional de las partes a partir de intereses ofensivos y defensivos que en gran medida hoy siguen vigentes.
Como en las décadas anteriores, los cambios de posición de Estados Unidos tienen reverberaciones en Bruselas: el proceso de normalización de relaciones con Cuba ha sido un innegable incentivo para que la UE, a pesar de seguir atada por la nefasta “posición común” adoptada en 1996. La Unión ha adoptado un enfoque “pragmático y de sentido común” —según lo define el Servicio Europeo de Acción Exterior— y tras seis rondas de negociaciones, pocos días antes de la visita de Obama se ha logrado rubricar un Acuerdo de Cooperación y Diálogo Político, antesala del Acuerdo de Asociación más amplio, y se plantea ya la posibilidad de someter al Consejo la retirada de la Posición Común, que requiere de unanimidad de los Estados miembros. Cabe inferir que los avances en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ayuden a convencer a los países que como Alemania, la República Checa, Polonia o Suecia, por razones diferentes, vetaron esa propuesta, dejando a un lado los reparos ideológicos o morales esgrimidos en el pasado —no siempre de manera sincera— ante la posibilidad de quedar atrás en un escenario de oportunidades económica y de otra índole que se puede abrir con las reformas en Cuba.
Menos probable es, sin embargo, ese efecto arrastre o emulación en el caso de Argentina. Como se ha indicado, a pesar de la voluntad del Gobierno Macri de una mayor apertura económica y de un viraje en la política comercial, las dificultades para un acuerdo UE-Mercosur siguen siendo ímprobas, y sin el incentivo de la apertura con Estados Unidos, la UE puede mostrarse más reacia a hacer las concesiones necesarias para que, ya con Cuba incorporada, ese viejo proyecto euro-latinoamericano de asociación birregional política, comercial y de cooperación pueda culminarse.
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