Andrés Serbin – Jumanji venezolano: ¿quién va ganando?
En zulú, Jumanji significa “muchos efectos”. Sin embargo, la película del mismo nombre lo asoció con un juego de cambios inesperados y de efectos múltiples.
Después de los acontecimientos en Venezuela del 30 de abril –alzamiento cívico-militar, golpe de Estado o pronunciamiento-, muchos han expresado su perplejidad ante quien es el triunfador en la pulseada entre el gobierno de Maduro y la oposición, en tanto Maduro sigue en la presidencia y Guaidó sigue movilizando a la oposición sin haber sido detenido, pese a una orden de arresto existente.
La respuesta no es simple porque involucra a muchos actores interactuando a niveles distintos, y no siempre en movimientos concertados. La situación en Venezuela -más allá de la crisis humanitaria, económica y política– parece ejemplificar una compleja guerra de posiciones entre adversarios y aliados que no siempre son fáciles de identificar.
Por un lado, es evidente que Juan Guaidó debió adelantar al día 30 la jugada prevista por la oposición para el día 1° de mayo, para evitar su encarcelamiento y para poder liberar –con la complicidad de agentes del SEBIN– al líder opositor Leopoldo López, en un movimiento que puso en evidencia a un sector de militares que lo apoyaban. Por otro, a partir del pronunciamiento de Guaidó en las afueras de la base de La Carlota, la figura del gobierno que asumió un rol protagónico en la convocatoria a la defensa de la “revolución” chavista no fue el propio Maduro –quien recién apareció públicamente 15 horas después–, sino el presidente de la Asamblea Constituyente Diosdado Cabello. En el marco de la dinámica política interna podría concluirse en consecuencia que, en primer lugar, había ya en marcha una fractura en la unidad de las Fuerzas Armadas que apoyan a Maduro y, en segundo lugar, que algo se estaba cocinando en la trastienda del gobierno que diferenciaba la posición de Cabello de la del presidente.
Ambas percepciones se vieron confirmadas por las declaraciones de Elliot Abrams, el representante de Trump para Venezuela, cuando afirmó que se habían desarrollado conversaciones entre la oposición y tres altas figuras del gobierno –incluyendo al ministro de Defensa, Padrino López– para negociar una salida de Maduro y que estas conversaciones fueron abortadas por injerencia rusa.
Aunque otras versiones no excluyen la intervención de Diosdado Cabello, quien en este escenario hubiera quedado como el chivo expiatorio a entregar a Washington, por su involucramiento en el manejo del narcotráfico como líder del Cártel de los Soles, con un pedido de captura pendiente de parte de la DEA.
Estas declaraciones incorporaron, en un plano diferente, a los interlocutores externos clave en el conflicto: los EE.UU. y Rusia. El jueves 2 aparentemente Trump y Putin trataron el tema por teléfono. En este marco, las dinámicas internas entre oposición y gobierno se complejizan por la intervención de las dos potencias en la crisis venezolana, con intereses contrapuestos y con posiciones antagónicas sobre quienes son sus aliados y a quienes apoyan en la pugna interna. Para Washington es inadmisible una intrusión en su “patio trasero” después de reactivar la Doctrina Monroe y es por eso que “todas las opciones están sobre la mesa”, mientras que para Moscú, más allá de rechazar una intervención externa, es fundamental mantener una distracción en la región que aleje a los EE.UU. de otros teatros de operaciones.
Con estos desarrollos, pareciera que estarían medianamente definidos los actores – internos y externos- que pesan decisivamente sobre una salida pacífica o violenta a la crisis venezolana. Sin embargo, esta ecuación a nivel doméstico y a nivel internacional queda incompleta, a la hora de una negociación, si no se incluye a Cuba como una potencial ficha en el proceso; a China como el prestamista pendiente de sus intereses económicos, y al rol moderador que pueda asumir el Grupo de Lima que se pronuncia a favor de una salida de Maduro y de una convocatoria a elecciones.
De esta manera, a la hora de una negociación para buscar una salida a la crisis venezolana, el cuadro se complejiza aún más, en tanto, si bien es altamente probable que las negociaciones entre diferentes partes continúen, ha llegado el momento en que cada actor involucrado se verá forzado a evaluar los costos, beneficios y consecuencias de mantener una determinada posición, pero también el grado de involucramiento que esté dispuesto a costear en la crisis venezolana. Frente a este cuadro, Jumanji no pasa de ser un juego de niños.